Responsabilidad en el uso del las Tic´S

En el ámbito educativo podemos identificar un par de reglas tradicionales y básicas referidas a los materiales y recursos que usan docentes y alumnos.
  1. No usar materiales o artefactos que puedan dañar a los niños.
  2. No es admisible que los niños dañen los materiales o los artefactos que se usan en la escuela.
Lo primero es responsabilidad de las autoridades y de los docentes, que son quienes introducen esos elementos y los ponen a disposición de los estudiantes. Lo segundo, en cambio, implica una responsabilidad compartida: enseñar a los alumnos a respetar lo que la escuela les entrega para el aprendizaje, y luego está la consideración que deben tener los alumnos para con los elementos que utilizan dentro de la escuela.
Todo sería muy sencillo si pudiésemos utilizar únicamente materiales inocuos, pero pocos lo son. La mayoría esconde algún potencial peligro, por mínimo que sea. ¡Hasta un inocente lápiz puede lastimar en manos de un niño torpe o mal intencionado! La computadora, dada la complejidad de sus funciones y su capacidad de conectarnos con el mundo y al mundo con nosotros, entra en una categoría donde los peligros en ocasiones parecen superar a los beneficios.
Los riesgos se agravan porque los estudiantes tienen acceso directo a la máquina en la que trabajan. No nos sirve impedirles el acceso para resguardar la información, justamente porque lo que queremos es que puedan acceder a ella para aprender. Pero porque están aprendiendo es posible que cometan errores, o más bien ¡es seguro que habrán de cometerlos! Aun si despreciásemos la posibilidad de algún uso malintencionado, en la práctica será imposible garantizar la integridad de los datos en cualquier ambiente educativo.
¿Y qué hay de los daños que la computadora podría causar a los alumnos? En lo físico debemos considerar que se trata de un artefacto eléctrico que ponemos al alcance de niños de muy diversas edades y motricidad. La instalación de computadoras en la escuela debe hacerse contemplando estrictas normas de seguridad en este aspecto. Alejar los cables del alcance de los estudiantes, instalar disyuntores, instruir a los alumnos sobre normas que los alejen del peligro son algunos de los pasos que podemos dar para hacer de la computadora un artefacto más seguro. Pero la electrocución accidental, aun en condiciones inseguras, no es algo que suceda todos los días. Mucho más común es que los niños sean dañados por la información que la computadora les entrega. Y lo peor de este daño es que muchas veces no lo advertimos sino hasta que ya es muy tarde.
Muchos padres y educadores se alarman con razón ante la posibilidad de que los niños accedan a material pornográfico a través de la computadora. Sin embargo, restringirse a este aspecto es no hacerle justicia al problema. La pornografía es tan sólo uno de los tipos de información inapropiada a la que pueden tener acceso los niños o los jóvenes, y en todo caso representa una instancia extrema que, como tal, es fácilmente identificable. Pero hay muchos otros contenidos dañinos al alcance de nuestros alumnos que a menudo ignoramos por preocuparnos exclusivamente por lo escandaloso.
A través de internet o del intercambio de programas o CD los niños pueden quedar expuestos a violencia extrema, propaganda racista y discriminatoria, ejemplos perversos o distorsionados, falacias diseñadas para confundirlos, adoctrinamiento ideológico y, en un orden más general, a mentiras y engaños, a fraudes deliberados e incluso a información ingenuamente errónea que puede torcer su juicio y perturbar su psiquis.
Se dirá que los niños están expuestos a todo eso también cuando miran televisión o leen una revista, pero lo que estamos planteando aquí es si la escuela cumple con la norma de no poner al alcance de los alumnos materiales dañinos cuando les brinda acceso a una computadora, esté conectada a internet o no. La escuela no puede responsabilizarse por lo que permite cada padre en su hogar, o por el comportamiento de la sociedad entera. Pero sí puede, y debe, ser responsable de lo que sucede entre sus cuatro paredes.
Pareciera ser que lo único que nos queda es resignarnos a dejar a la computadora fuera de las aulas. Ese sería el mejor modo de garantizar que los estudiantes no se vean expuestos a tanta información inconveniente. Técnicamente el argumento suena impecable, pero desde una óptica realista y pedagógica nada hay más alejado del sentido común que eso.
La escuela es el lugar al que los niños concurren a educarse. Siendo que de todas maneras estarán expuestos a diversos tipos de material impropio o inconveniente fuera de ella, es evidente que será misión de la institución escolar y de los maestros instruir a los alumnos para que aprendan a protegerse a sí mismos, autónomamente, de la información inapropiada.
En la escuela no podemos exponer a los estudiantes a lo más crudo o explícito para educarlos. Sí podemos utilizar ejemplos controlados para ayudarlos a analizar la información potencialmente peligrosa, y sobre todo podemos enseñarles a ser responsables y prudentes en el uso de la computadora como medio de acceso a datos muy variados, y como medio de comunicación inseguro.
Hay un debate en curso sobre si la escuela debe aislar al alumno de ciertos contenidos accesibles a través de la computadora, por ejemplo instalando filtros para internet, o si lo que corresponde es fijar una política de uso aceptable y dar oportunidad para que los alumnos ejerciten su responsabilidad personal.
Los filtros nos dan una cierta tranquilidad, pero no son perfectos. Si los exigimos demasiado, incluso es seguro que, junto con lo indeseado, dejarán fuera del alcance de los niños material perfectamente útil. Además, los filtros no sirven para bloquear el acceso a otros tipos de información dañina que no sean sexo o violencia o algún otro contenido bien definido. Por ejemplo, no impiden acceder a lo que no corresponde al nivel madurativo de cada alumno, ni distinguen una opinión de otra, ni mentira de verdad. A su favor podemos decir que representan una protección legal importante y que ponen de manifiesto la explícita intención de la escuela de proteger lo más eficazmente que sea posible a los alumnos.
Apelar al comportamiento responsable de los estudiantes proponiéndoles respeto por un conjunto de normas es prima facie la estrategia más educativa que podríamos imaginar. Si bien todo reglamento implica prohibiciones, en una prohibición coexisten la norma con la posibilidad de violarla libremente. Si impedimos en forma absoluta el acceso a material impropio, el niño o el joven no tendrán ninguna oportunidad de decidir por sí mismos qué es más moral, ético o conveniente, de donde se deduce el valor formativo de esta estrategia. No obstante, en contra de ella debemos decir que, al dejar abierta la posibilidad de la transgresión, nos enfrenta al grave problema de qué hacer con los alumnos que eligen lo incorrecto, cómo contrarrestar los efectos de la información a la que han accedido, y cómo obrar frente a aquellos que pudieran haber sido testigos involuntarios de una información inconveniente.
No pretendemos aquí resolver la cuestión. Los filtros están disponibles para quienes quieran instalarlos, y cada maestro optará por usarlos según su conciencia le indique. Por otro lado, nada impide que los filtros de contenido convivan con la estrategia de responsabilizar a los estudiantes entregándoles un conjunto de normas de uso aceptable. Pero incluso si se optase solamente por filtrar la información a la que acceden los estudiantes según determinados criterios propios de cada institución, dada la inevitable imperfección del recurso sería necesario fijar al menos la prohibición de desactivarlos o de explotar voluntariamente sus imperfecciones. Como se ve, algunas normas de uso para la computadora en la escuela son inevitables.
Para todos los docentes interesados ofrecemos -a modo de sugerencia - un ejemplo práctico de Política de Uso Aceptable enfocada específicamente en internet. Este documento contiene los elementos básicos para regular el acceso de los niños a internet dentro de la escuela. En una situación típica, la institución hará pública la política de uso mediante una comunicación fehaciente a los padres y alumnos, tal vez en una reunión o a través de un documento impreso, o incluso se podrán consensuar las normas sobre la base que presentamos. Se pedirá luego a los maestros que instruyan a cada grupo en las reglas convenidas, y a los padres que discutan sus implicancias en el hogar. Tanto los maestros como los padres podrán luego aceptar por escrito estas regulaciones

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